En julio, luego de la semana más fría del año en la región central de la Argentina, llegaron un par de días de calor inusual, casi un veranito en pleno invierno. El sábado 22 el termómetro llegó a superar los 27 ºC.
En esos días, llegaban noticias del hemisferio norte: en Sicilia se registraban 48,8ºC, la temperatura más alta de la que se tenga registro en el viejo continente, junto a otros récords como los 53,3ºC en el Valle de La Muerte en California, o los 19 días corridos con temperaturas superiores a los 43º C en Phoenix, Arizona; en China, el Municipio de Sanbao registró la temperatura más alta de la historia de ese país: 52,2 ºC. Los episodios de altas temperaturas se multiplican y las marcas se superan año tras año. Por si no los hechos no fueran suficientemente llamativos, en 2023 el planeta registró la temperatura promedio más alta de su historia (podés leer la nota aquí).
Otro aspecto relacionado son las sequías. Argentina está saliendo de una que duró tres años y sus efectos se están sintiendo de distintas maneras (por ejemplo, cosechó 50.000.000 de toneladas menos en granos con respecto a la cosecha anterior). Pero no es un fenómeno localizado ni extraño, siempre ha habido inundaciones y falta de agua en el mundo, pero el problema es que su frecuencia aumenta cada vez más. Además, la combinación de sequía y calor produce incendios naturales que debilitan los ecosistemas y afectan la actividad humana. Las migraciones desde África, por ejemplo, no se deben solo a cuestiones políticas y guerras, sino a una hambruna y falta de trabajo producto de la desertificación de áreas otrora fértiles.
El cambio climático no es un invento de científicos delirantes a pesar que años atrás se recuerdan las largas discusiones de posiciones encontradas, de quienes advertían de las consecuencias del accionar contaminante y no sustentable de las actividades humanas, frente a la otra parte que aducía que el planeta siempre había revertido los ciclos y que el hombre encontraría las soluciones con la tecnología, el progreso y el tiempo. Bueno, esto último claramente no se está viendo, sino todo lo contrario. Es imperioso que los gobiernos mejoren ostensiblemente las medidas que implementaron, a todas luces insuficientes y que la sociedad toda reflexione del camino al que nos dirigimos.
Desde la higiene ocupacional y ambiental sabemos que esto repercute también en el trabajo y en los trabajadores. En algunos países se están implementado medidas para el trabajo en condiciones extremas de calor, como por ejemplo en España. Aquí en Argentina, durante el proceso que se está siguiendo sobre reformulación de la resolución 295 del año 2003, en su capítulo del estrés térmico, se incorporarían por primera vez este tipo de alertas (de frío y de calor) generadas desde el Servicio Meteorológico Nacional. En ese proceso, la AHRA intervino activamente a través de un equipo de profesionales conformado por socios y no socios. No nos quedamos de brazos cruzados sino que enfrentamos los desafíos de un peligroso futuro cada vez más cercano.